martes, 15 de diciembre de 2009

Una habitación Oscura

Había elegido un cuartucho pequeño, húmedo, vacío, aislado del resto de la casa. Una habitación oscura, como si para dejarse ir, machar, le diera vergüenza. Como si en la penumbra y estrechez la muerte fuera más honrosa, más digna.
Tenía un tajo en una muñeca, fino, delicado como había sido él, en toda su corta, angustiosa y fugaz vida.
Un reguero de sangre fluía, tibia, lenta, espesa, a borbotones, dejando un pequeño charco al costado de un cuerpo, enjuto, morado… Ya inerte.
Era una primavera más de un pueblo cualquiera, en una vida anónima. Sino fuera porque dos años antes había coincidido con él, en aquel instituto de enseñanza media.
Tanta dulzura y sensibilidad en sus ropajes, andares, modos, formas, pronto levantarían un montón de suspicacias, hacia su persona. Pareciera, que ser diferente en los 70, fuera un estigma, una marca, un lastre para aquellos machos aguerridos, homófobos, capaces de cualquier cosa con tal de quedar bien ante su tribu, amigos o mozas.
Aquellos amigos de los chistes fáciles, bromas pesadas de pésimo gusto, de escasa sensibilidad y carente empatía.
Él era todo lo contrario, tímido, esquivo circunstancial, solitario obligado,
irreverente, reivindicativo. Siempre respetuoso y educado.
Un pavo real en un gallinero, alguien tamizado de insultos y vejaciones, día tras día, noche tras noche.
De miradas inquisidoras, y besos de judas.
Solíamos hablar un poco entre los cambios de clases, en los pasillos.
Envidiaba su valor y determinación aparente, ante los continuos acosos e insultos. Su altísimo grado de compresión, claro que la procesión iba por dentro. Pensaba en él como en alguien indestructible, como un junco a la orilla del río bravo y salvaje de la adolescencia.
Aquella mañana, no sería igual a las otras cien mañanas siguientes. En una nota pequeña y escueta como su vida, en el tablón de anuncios de secundaria, se podía leer: El compañero Alberto Rodríguez Blázquez ha fallecido la tarde de ayer a las 18:30 en su casa, a los 16 años de edad. Descanse en paz.
En otra bien distinta, entre los dedos finos de su mano izquierda, rezaba:
“Mañana no amanecerá para mí. Me llevo un arco iris de colores conmigo, tal vez solo he nacido en un cuerpo y un tiempo equivocado”.
La primavera nos llevó su quebrantable alma inquebrantable, en una habitación oscura una cálida tarde estival de 1975, para algunos como para mí: una muerte entre las flores.

No hay comentarios: