domingo, 4 de enero de 2009

MOTEL JARDIN

Hace una mañana maravillosa, es otoño pero las hojas aun no cubren las calles, ni asfaltan de tonos tostados los suelos. Había salido a dar una vuelta por los alrededores de mi pueblo. Uno, pequeño, tranquilo, próximo a una ciudad media del norte del País.
Hacía tan buen tiempo que decidí marchar en moto. Esa sensación de libertad que da la moto, y que jamás un coche llega a trasmitir. Mi moto es lo más parecido a un caballo que existe, fuerte, rápido, ágil, noble, libre.
He pasado por casa de Andrea, por si se apunta y se viene a dar una vuelta. La vuelta es solo una excusa, me muero de ganas de verla, olerla, saborearla, tocarla, recorrerla, perderme en sus curvas, y dejar constancia de la mías.
Con frecuencia nos vemos y recabamos en un motelito, modesto discreto y limpio, de Oleiros.
Descubierto por casualidades del cinematógrafo. Siempre lo veíamos anunciado al ir a ver alguna de nuestras películas de arte y ensayo o de cine independiente, ahora tan complicadas de encontrar.
Ha habido suerte, esta en casa, de buen humor, con ganas de marcha, y
dispuesta a todo, debería haber jugado a la lotería. Es otoño, hace un día maravilloso, y tengo chica, motel y sexo.
Hemos decidido, desayunar en Santa Cristina, hay que reponer fuerzas, como dice ella, no sea que no des la talla, muchachote, ¡siempre me dice esas cosas!.
Andrea es tierna, dulce, amable, cariñosa y salvaje, es un cóctel difícil de igualar, de esa clase de mujer, entusiasta, siempre positiva, siempre alegre, siempre divertida, como si la vida, empezase cada mañana.
Hemos comido un bollo suizo, acompañado de una taza de café, también una tostada con un poco de mantequilla y mermelada de naranja amarga, la favorita de mi hermana, por cierto.
Pillamos los cascos, las chupas de cuero, y cabalgamos en nuestro caballo mecánico hacia la ruta del placer, la autopista del deseo, la morada del infiel, como siempre llamamos a este, pecaminoso motel de carretera.
Hay que decir que la motocicleta no es el vehículo mas apropiado, en cuestiones de discreción, sobre todo para este tipo de aventuras, pero somos libres, y nada más que adulteramos las feromonas, para calmarlas después placidamente.
Hay una amable señorita en recepción.
Una pequeña barrera separa la lujuria de la vida tediosa mundana, como si de una metáfora se tratase, sube y baja tanto como las herramientas de los huéspedes de tan nobles y sudorosas habitaciones.


Nos han dado un mando de garaje y una tarjeta para entrar en la habitación, en apenas cien metros, tenemos el número señalado en una cilíndrica y plana chapa de acero en la puerta. Como si el destino nos señalase tenemos la habitación número 69 .
Hemos dejado la moto en el garaje interior, y entramos enroscados en
un beso de tornillo, más húmedo que la propia mañana Gallega. La cama a la derecha, el baño al fondo. Como decoración, apenas un par de apliques de pared, y un mini bar, que completan una minimalista y acogedora estancia.
En apenas 25 metros cuadrados, hay todo lo indispensable para amar, sentir, gozar y como no, engañar… cuantas historias sórdidas habrán soportado estas sábanas, blancas como la nieve y tan bien planchadas.
Dos mesillas de un solo cajón, una a cada lado de la cama, un cenicero, un expendedor de preservativos, ¡ como no ¡, y una caja de pañuelos desechables por atrezzo.
Andrea ha ido al cuarto de baño, mientras yo ojeo, y hago un barrido, por toda la sala. Me he quedado como ensimismado, mirando al techo plomizo, pensando en cuantas historias podrían contar aquellas paredes color pistacho, cuantos desengaños, cuentos engaños, ¡ porque no !, cuanto amor enlatado, encorsetado en un motel de carretera.
Como en un segundo perdí la noción del tiempo, me quedé transpuesto en la cama… Despierto, miro mi reloj y son las 3 de la tarde, me parece imposible, hemos llegado a las 12,30 como puede ser eso. ¡Y Andrea ¡
¿A donde se ha ido?,¿ Donde ha estado todo ese tiempo?.
Un sudor helado, recorre todo mi cuerpo, mientras mi mirada se clava en un pequeño sobre que sobresale tímidamente de la mesilla derecha de mi cama. ¡ Parece la letra de Andrea !
Demasiado tiempo y demasiado silencio…
Quiero y no puedo abrirlo, me aterra lo que pueda tener escrito, es evidente que nada bueno augura ese trozo de papel . Me armo de valor y lo abro metiendo un dedo por una esquina, lo destrozo por un lado, apenas dos lacónicas frases.
“Miguel, lo siento, estoy enamorada de Laura, soy bisexual y nunca me he atrevido a contártelo”.
“Espero que algún día me perdones… hasta siempre”.
Parecía como si todo me diera vueltas. ¿ Porque ahora ¿, ¿porque en el motel que habíamos frecuentado tantas veces?, ¿ porque, de esa manera ¿ porque dejarme dormir y soltármelo por escrito ¿,¿ porque…conociéndola como la conozco, o parecía conocer, no me había dado cuenta antes…
¿Por qué ¿…

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